Federico Correa
Barcelona, 1924 — 2020
Nacido en Barcelona en 1924, Federico Correa pasó parte de su infancia en Filipinas y dos años en el Reino Unido durante la Guerra Civil, donde aprendió inglés y forjó una mirada cosmopolita poco común bajo el franquismo. De vuelta en su ciudad, se licenció en la ETSAB, formado por maestros como Jujol y Ràfols, y más adelante se convirtió en uno de sus profesores más recordados. Fue allí donde reafirmó su conciencia cívica: “si la arquitectura no es un servicio a la sociedad, es deleznable”, afirmaba.
Esa vocación pública convivía con una personalidad provocadora y elegante. Siempre impecablemente vestido, con camisas de color butano o guantes turquesa, Correa cultivó un porte de dandy intelectual, agudo y singular.
A finales de los años cuarenta comenzó a trabajar en el estudio de José Antonio Coderch, donde coincidió con Alfonso Milá, amigo desde la infancia y compañero de universidad. Juntos diseñaron la butaca Barceloneta (1953), primer gesto de una colaboración que se formalizaría poco después con la apertura de su propio despacho. Desde allí firmaron obras clave de la modernidad barcelonesa como la Casa Villavecchia en Cadaqués, los restaurantes Flash-Flash e Il Giardinetto, o la reforma de la plaza Real, trenzando una complicidad profesional que haría inseparables sus nombres. El punto álgido de su carrera, según Correa, fue el proyecto para el Anillo Olímpico de Montjuïc (1984).
Además de arquitecto y diseñador, Correa fue un dibujante meticuloso, con una mano tan precisa como expresiva. Solía representar sus proyectos en perspectiva, con una grafía limpia y firme donde cada línea ayudaba a imaginar el espacio con claridad. Sus dibujos no eran solo herramientas de trabajo, sino una forma de pensamiento: revelaban la lógica interna de la arquitectura, pero también su poética. Parte de este legado gráfico ha sido recuperado y editado por Santa & Cole, que publica una selección de sus láminas como testimonio de su particular manera de ver y proyectar.
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